TIEMPO PARA LOS OJOS
O la luz y el tiempo en pugna
Cuando Emilio puso este breve poemario ante
mis ojos sentí que se me desnudaban el alma y los pinceles y los gestos de
colores que aminoran el miedo y lo acompasan a la rutina invulnerable de los
días…
Súbitamente un yo más secreto, ese que
espía mis sueños y luego los arrincona indescifrados, se despertó voraz en una
especie de autopsia emocional, cirujano, taumaturgo, encantador de ausencias,
mientras se estremecían los calendarios de todas las nostalgias, y me crujían los
versos por la sangre, precipitándose como en los deshielos de las tierras
altas.
Luego me puse a releerlo más despacio y fui
descubriendo en este tiempo para los ojos un viaje por la luz y por el tiempo
mismo, el tiempo que en la luz parece consagrar – falazmente - su permanencia,
en tanto que nos perfila las heridas y las ojeras.
Es este un tiempo para mirar y para mirarse
“en la tristeza antigua” a la que Emilio nos tiene tan acostumbrados, se
anuncia con “dolor en las palabras y en los gestos”, para dejarnos al final de
nuevo anunciados y grávidos, cada cual ensimismado, en el “silencio que crepita
y se despeña”.
El tiempo para los ojos se crece sobre
abismos de luz siempre incumplidos, pero nunca desertados, un tiempo azul y
vertical que se levanta y se trasciende pertinaz en cada verso y como tal se
declara, “parto de la luz para este viaje por encima del tiempo”.
La excursión por la luz, la incursión por
el tiempo estilizan las palabras y tensan los horizontes del paisaje, como en
otros poemarios de Parquelagos. Es la luz que el pintor (Velázquez) ha fijado
aquí, donde el poeta venido del Norte recala, la luz de este paisaje, este,
ahora, no el de entonces, paisaje eternizado en el cuadro y recurrente en su
contemplación…
Como en otro tiempo la absorta luz de las
ciudades de Fra Angélico, hoy los horizontes líquidos, versos de pincel más que
de pluma, se incendian sobre el ocaso de Madrid, y el poeta desterrado se
lamenta “con cuanta lentitud navega el tiempo por un cielo de rocas a poniente”.
Porque el tiempo para los ojos es también
un tiempo de agonía, la luz y el tiempo en pugna, “juntos en la batalla y en la
fuga”, el poeta y el pintor acosados “por un viento de puñales”, “un viento más
intenso que las dudas”, para rendirse y aplacarse al fin, en esa hierofanía que
alumbra el centro del poemario:
“El tiempo es una zarza
y su perímetro
la adapta a nuestra talla”
Paisaje interior en el que cada cual se
mira y se mide según la hondura de sus ansias: allí el poeta, casi
transfigurado, ha comprendido que la carne es un estado de incandescencia y se descalza
y se entrega – como otro Moisés - a la contemplación más ardiente.
Mª Sagrario Rollán
Junio 2012
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